Me hirió la noche
de tus labios contra los míos,
de palabra sin sonido,
de tu mirada a puerta cerrada.

(y la sangre transparente en tus ojos,
reflejaba opacas lágrimas de olvido,
afuera llovía y a nadie le importaba)

Me hirió con sus volcanes de miedo,
con su humedad de mausoleo,
con la tristeza de los olores de mi casa muertos,
impregnando los árboles y los delirios del río.

¡Sí que me hirió la noche!

Pero la mañana silenciosa de pájaros,
de caricias,
de amor,
de aire fresco sobre los montes,
de lloviznas empedernidas…

Pero la mañana, te decía,
de piedras y espinas,
cruel,
despiadada,
vengativa,
me arrancó el alma de una sola dentellada,
me destrozó el sueño,
me quitó el agua,
el llanto,
¡la mentira de creer que podíamos; recordándomelo!

(a nadie le importaba si afuera llovía,
o si mi vida se vaciaba con fría lentitud)

Ciego,
de rodillas,
creí y creo por fin:
la muerte.