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La leyenda del vagabundo de Viena
prose [ ]

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by [Richard John Benet ]

2005-07-30  | [This text should be read in espanol]    | 



Año 1.909.

Los dos hombres caminaban a orillas del Rin, en la zona dónde convivían los cafés con los kneipe, los mendigos y artesanos con los navegantes y pillos. Viena era una ciudad cosmopolita en dónde arribaban los checos, los polacos, serbios, gitanos y todos los que de alguna u otra manera trataban de huir de la depresión económica que se esparcía por Europa como un voraz incendio. Los dos hombres estaban bien trajeados y conversaban animadamente, mientras llegaban por Tabor strasse hasta la intersección con Prater strasse. Tomaron una mesa al aire libre en un bar justo frente al Ferdinand Überbrückt, sobre el canal Donau. Cruzando el Puente Ferdinand, caminando unas pocas cuadras se encontraba el Reichpalast Holfburg y la Kathedrale von Heiligstsphane, lugar elegido por los pintores callejeros para inspirar sus cuadros. Tanto la Catedral como el Palacio Imperial con su imponencia eran los temas preferidos de los artistas. También una sinagoga que estaba sobre Sänger strasse. Una vez concluida sus obras iban hasta los muelles, dónde pululaban los turistas, y se acomodaban sobre la Donau strasse en hileras para vender el fruto de sus iluminaciones.
-Bien Sigmund… ya estamos prácticamente listos para partir-El hombre tenía rostro anguloso y usaba unos anteojos de marco redondo.
El otro, unos veinte años mayor, tenía un aspecto señorial con sus cabellos y bien cuidada barba encanecidos.
-Si Carl… el viaje a Estados Unidos me entusiasma-Hablaba con gran jovialidad-Pero yo lo traje aquí por que me gustaría me de su impresión sobre cierto joven que conocí hará unos dos meses. Un pintor callejero… que ya debe estar por llegar a la Donau strasse.
-¿Es el autor de algunos de esos espantosos cuadros que tiene en su estudio?
-Si… le comento… los he comprado con la exclusiva finalidad de poder analizarlo… poder conversar con él-El hombre movía sus manos en forma expresiva-En esos cuadros ya se nota parte de su personalidad dual. Los temas son sencillos… casi infantiles… ingenuos. La técnica es muy pobre… pero las pinceladas y los colores denotan un temperamento enérgico y avasallante. Él muchacho debe de andar por los veinte años, y se nota que es una personalidad que tiene deseos de agradar a los demás, necesita la aprobación ajena. Es amable y seductor… pero por otra parte…
-Si… prosiga Sigmund, por favor.
-Hubo un par de sucesos que me revelaron otra personalidad patológica, peligrosa. El muchacho tiene un socio, alguien con mucho talento para la venta, no es artista pero vende las obras de él y comparten los beneficios-El hombre miró a Carl con fijeza-Ese día discutieron por diferencias de dinero… el muchacho agradable se transformó y daba golpes a la pared, movía los brazos airado y dando mandobles. Escupía las palabras… pero en un instante se calmo y siguió conversando conmigo como si no hubiera sucedido nada…
-¿Piensa que fue una negación?
-¡No!... mi buen Carl… no era un instinto de autodefensa… es como si el sujeto actuara su enojo… o lo que es peor… pudiera dominar su ira para lograr cierto efecto-Sigmund se tomo un leve respiro-El otro incidente me involucró. Luego de algunas charlas, supe que el sujeto había nacido en Branau am inn en la frontera austro-bávara, tenía un padre de pocas luces pero buen empleado de las Aduanas Reales, su madre era veinte años más joven que el padre y con un carácter dulce y la única que se interesaba por él. Alois, el padre, era alcohólico y golpeador y resentía de su vocación artística… pues bien para abreviar cansado de este cuadro familiar y aún con Klara, su madre, gravemente enferma; su padre había muerto, se traslada a Linz. Como no tenía certificado de estudios, pues no terminó los secundarios, no puede ingresar en la Universidad, pero traba relación con un profesor: Leopold Pöscht. Este tipo es un pangermanista recalcitrante, que le muestra a su afiebrada mente juvenil un mundo que el desconocía. Le habla de las Walkirias y los Nibelungos. Lo lleva a la ópera a escuchar la música de Wagner. Pero además lo carga de odio hacia los serbios, los checos, en especial contra los judíos y todo aquel que no tenga sangre aria. ¡Es más… le da su particular versión de las obras de Niezchte!
-¿Y a usted en que lo involucro?
-El descubrió que yo soy judío. Ese día no tuvo ninguna rabieta. Solamente lo llamó a su socio y dejó que el otro terminara de atenderme-El hombre arqueó sus cejas-A los pocos días pase de nuevo por el lugar… y me llamó… ¡Como si nada hubiera ocurrido!... estuvo amable y encantador como de costumbre. Sospecho que el sabía de un comienzo que yo era judío… pero como era un buen cliente… es más siempre le pagué por sus obras más de lo que valían… pues me toleraba, hasta el día del incidente y después… ¡Pero allí está!
Del otro lado del Canal Donau, sobre la calle del mismo nombre un muchachito flaco y bajo estaba acomodando sus atriles y lienzos. Tenía un sobretodo largo y negro, además de algo deforme. Sus cabellos lacios estaban un poco largos y bastante grasientos, debajo de un sombrero que había perdido su forma en algún momento de su larga existencia. La piel blanca y un rostro común enmarcaban lo más llamativo del sujeto. Dos ojos penetrantes, como ascuas en el medio de una negra noche. Su mirada, aunque pasiva, podía molestar de tan enérgica.
-¡Buen día, Adolf!
-¡Buen día doctor Freud!... Buen día señor…
-Le presento al doctor Carl Gustav Jung… Carl el es Adolf… el joven de quién le hable…
-¿Usted es austriaco doctor?
-No… suizo.
-¡Ah!... bien… doctor Freud… doctor Jung… ¿En que les puedo ser útil?
-Llámeme Carl joven… estaba viendo alguno de sus cuadros… me gustaría tener uno. Parece que fuera egresado de la Universidad de Arte…
-No… en realidad esa es una gran frustración… no me admitieron-El joven parecía sinceramente apenado- creo que influyo el hecho de no tener un certificado de estudios…
-Tal vez… yo le pueda ayudar… no lo prometo nada-Dijo Sigmund.
-Bien… veamos que le interesa…
-¿Tiene algún cuadro de la sinagoga de Sänger strasse?... se la quiero regalar a un amigo-Dijo Carl.
-¡No pinto sinagogas!... ¡Puede pedirme lo que quiera… pero no sinagogas!
Los ojos llameaban, el cuerpo parecía el de un epiléptico en plena crisis. En ese momento llegó hasta ellos otro muchacho que estaba terminando de disponer los cuadros.
-¡Disculpen señores!... mi amigo esta muy cansado… anoche estuvo toda la noche pintando y durmió muy mal y poco. Además los dos llegamos tarde al comedor comunitario… y no comimos gran cosa… disculpen…
Sigmund tomó un puñado de billetes y se los dio al joven. Luego tomó del brazo a Carl y se retiró.
-¡Mi amigo… fue muy imprudente!-Dijo Freud.
-Sigmund… si tenía que haber una catarsis… tenía que ser rápido. Tenía que saber a quien estaba analizando. ¡Pero mi Dios!... jamás pensé…
-Mi querido Carl… tal vez el imprudente fui yo. Tendría que haberle advertido otras cosas más sobre este sujeto…antes de mostrárselo-El gesto de Sigmund era de abatimiento-Yo opino lo siguiente: su pulsión de muerte es superior a cualquier otra que yo haya conocido. Como usted sabe mi teoría sobre las pulsiones de vida me llevó a esta otra idea…
-Que no todos los académicos comparten…
-Si… ciertamente… pero este sujeto no siente que la vida sea difícil. No es que quiere morir para no tener que tomar más decisiones, no tener que lidiar entre las necesidades de su cuerpo, sus deseos y los condicionamientos sociales. El quiere eliminar todo lo que le causa malestar, los objetos que le impiden llegar al placer-Freud siguió con su reflexión-Está en un estado larvado. Desde hace seis años vive en las calles pero no se asimila como un vagabundo más. El siente que es diferente-Quedó pensativo unos instantes-Está como latente, y como una crisálida en el momento de su cambio. Ha acumulado resentimientos y desprecios… ha escuchado la voz de los desplazados. Es más… convive con ellos. Pero su único fin no es la supervivencia… tiene otros objetivos… que no alcanzo a entender…
-¿Qué es lo que lo molesta Sigmund?... ¿Por qué se preocupa tanto por ese mequetrefe?
-Ese mequetrefe, como usted dice, pude ser muy peligroso-El rostro de Sigmund se ensombreció-Me parece que estoy cometiendo un terrible error si no hago algo para ayudarlo a superar su patología.
“En el año 1938, pese a la intervención directa Franklin Delano Roosevelt y Benito Mussolini, el doctor Sigmund Freud se ve obligado a abandonar Viena hasta su muerte, por la Anschluss decretada por un ex-artista plástico. Era solo el comienzo”.





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