Perdido entre laberínticos callejones oscuros, me era tremendamente difícil salir de aquel lúgubre entramado urbano, cuando de pronto hallé aquella avenida, que en el fondo dejaba ver un suntuoso palacio.

La luz que emanaba por una de sus ventanas, era de un extraño color, que afirmaría no contenida en el arco iris.

Marché hacia allá y entré al sitio, prisionero de cierta embriaguez.

Por un nuevo laberinto, pero esta vez de pasillos y galerías, busqué el cuarto desde donde se irradiaba esa inusual luminosidad.

Fue ahí donde estaba ella, mi bella durmiente. Con su cabellera rubia desparramada sobre la almohada, su carnosa boca algo humedecida, y su hermoso cuerpo entre las sábanas; me hicieron estremecer.

Me senté en su cama y no pude menos que besarla. Abrió sus bonitos ojos celestes y me abrazó calurosamente, produciendo un cálido cosquilleo en mis hombros.

-Al fin llegaste –me dijo- Te estaba soñando…

Simultáneamente y al unísono nos dijimos:

-Te amo!!!