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Mis ojos se habitúan a la oscuridad.

Allí en un rincón secreto de mi ser, acurrucada, sola, respiro los sentimientos de los que me rodean.

Los pulmones de mi alma sienten unas sensaciones de ahogo por el aire que de algunos fluye. Pero de otros, me llegan con su hálito las dichas plenas del amor completo.

Amor trascendido que no tranza en pequeñeces, sublimado, enriquecido por el oro de sentires y éxtasis logrados en galaxias ignotas.

Siento plenitud y me solazo en ella.

Es entonces cuando un amante silente llega hasta esta esquina de mi alma.

Toma mi mano y me hala… Me hala a yacer con él en una estrella y allí tendida comprendo que mi aire es él.

Él, que llena mi vida de placer y que en trenza de fuego me domina, me muestra la perfecta desnudez de Eros. La lujuria se apodera mí carne y yo encendida en sus brazos de hombre recio, desfallezco y es entonces que empezamos un vuelo… como el vuelo de palomas y es justo en ese magnífico y delirante instante, con mi voz a punto de gemido, susurrante, le digo, no pares querido, estoy de ti y de tu aire plena,

¡Ya puedo morir!
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