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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-06-21 | [This text should be read in espanol] | No recuerdo con claridad el dÃa, los dÃas frÃos se parecen tanto tampoco sé si era de dÃa o de noche, en fin los acontecimientos que mi memoria va a relatar son lo esencial. Me encontraba recorriendo meditabundo los parajes de mi ciudad, la famosa ciudad de sal; en este estado de pronto me perdà en los erráticos pensamientos que a veces alumbran como focos chispeantes mi algo irritada mente. Todo sucedió en un pestañeo, creo que fueron cinco o seis los sujetos que me apresaron, yo desconocÃa las causas, también el lugar, todo fue tan rápido que por un momento creo que me dejé llevar por la emoción de tan inusitado movimiento. Seguidamente me subieron a rastras a una especie de furgoneta de color negro, esta tenÃa unas iniciales algo capciosas, decÃa simplemente e.z.s.o. Me condujeron entonces súbitamente por lugares invisibles para mÃ. A mis captores no podÃa verles el rostro, ya que mi vista se nublaba al vaivén del furgón. Pronto me amarraron y perdà toda noción del tiempo, la ubicuidad caducó en mà como por arte de algún influjo mágico y a la vez demonÃaco. Sentà sed en demasÃa, mis manos ya no podÃan moverse de esa camilla que no hacÃa otra cosa que herir mi ya inflamada piel; era un verdadero nudo el que tenÃa en la garganta ¿Acaso querÃan darme muerte bajo esa horripilante tortura? No sé de ahà en adelante cuantos dÃas pasaron, lo que pude notar por la fuerza de la gravedad fue que ahora me encontraba amarrado al techo; tenÃa una manguera introducida cruelmente por la nariz, se escuchaban muchas voces y miraba como mucha gente recorrÃa el recinto; al mover lentamente mi cabeza noté que a mi costado izquierdo se encontraban cinco sujetos en mi misma situación, osea enmarañados despiadadamente al techo, por ende yo era decididamente el sexto. A cada momento se oÃan gritos, los cuales exacerbaban y deleitaban mi mente, ya que al no oÃr nada mis pensamientos se volvÃan intolerables e indescriptibles. Un dÃa me encontré circulando por el recinto, el cual era una verdadera prisión, llevaba puesta una bata negra y unas sandalias blancas; los hombres que estaban por ahà me ignoraban por completo, parecÃa que hacÃan esto por algo que les habÃa hecho o dicho anteriormente. La lengua a veces se vuelve un nudo y te digo, puede llegar a matarte de la manera menos pensada; bueno, regresemos a la trama... Al atardecer cinco hombres me amarraban a la cama, la cual ahora se encontraba en posición vertical. Me hablaban cosas incoherentes, uno de ellos me acusaba de un crimen; el sujeto me increpaba culpándome sobre un supuesto asesinato y yo debatÃa tajantemente los hechos con decisión; pero cierta duda se movÃa en mi cerebro, mi mente miraba a alguien en un lecho bañado en sangre, creo que era el mÃo; ¿Es algo vano pensar ahora en tal superficialidad?. Otro de ellos decÃa que yo habÃa atropellado a un niño de dos años, sostenÃa que lo habÃa llevado a cabo con premeditación, alevosÃa y ventaja, esto si que era ridÃculo e intolerable ya que yo ni siquiera sabÃa conducir y por consiguiente argumentaba con mucha vehemencia la falsedad de sus venenosas palabras, él irónicamente alegaba que la vÃctima era mi propio hijo. Nos despertaban cada mañana con un baño de agua gélida, al parecer congelaban el agua en unos grandes tanques destinados cuidadosamente a tal fin. Luego nos desamarraban y nos insultaban, comenzaban a decirnos algo asà como, canallas, cerdos, malditos y otros insultos que no recuerdo ni quiero recordar jamás; hacÃan esto mientras reÃan a carcajadas revolcándose afanosamente en el piso; terminado este acto; nos asignaban las batas negras y nos daban por alimento unos panecillos que sabÃan a bicarbonato de sodio; según ellos ese era el elixir para nuestra tranquilidad; entonces todo se nublaba, ellos nos ignoraban, los seis deambulábamos por las salas chocando salvajemente y muchas veces hiriendonos. Al cabo de unas horas nos traÃan la comida en uno platos hondos y de barro y tenÃamos que arrodillarnos a comerla; esto según ellos era parte de un ritual en el cual se bendecÃa a cierta santidad errática y según algunos, heresiarca. Pronto los recluidos nos hicimos amigos, charlábamos muchas horas, por ahora solo recuerdo fragmentos de nuestros largos discursos los cuales eran muy reconfortantes. Pasaron unos dÃas y nuestras ropas fueron cambiadas, a cada uno de nosotros se nos asignó diferentes atuendos; a uno de ellos se le puso un vestido algo anticuado, tenÃa hombreras muy prominentes y una falda de corte escocés, a otro de ellos, al más flaco, lo rellenaron con tanta ropa hasta hacerlo ver como un obeso para luego burlarse de él y agarrarlo a puntapiés, para mi uso fue dispuesto un short de futbolista y una casaca de cuero marrón. Extrañamente el trato para con nosotros cambió, empezaron a llamarnos por nuestros nombres, ahora sabÃa que yo era Hildemaro Campos; también nos dejaban ver imágenes proyectadas en una pantalla, en una sala oscura, para este fin usaban un viejo aparato y el programa era siempre el mismo; se miraba como el hombre caza animales solo por deporte y se jacta de tal hazaña. Un dÃa fue peculiar porque conseguà hablar con uno de los asistentes, las palabras que propinó me asustaron al punto que llegué a perder el habla; me dijo que todo este juego era cÃclico y que pronto me dejarÃan libre para luego volverme a capturar, también me explicó que él habÃa llegado a ascender a ese cargo porque fue capturado de muy niño; el momento de la captura de cada uno se regÃa basándose en la estadÃstica diferencial, sus ultimas palabras hicieron que cayera desmayado... Esteban, Estaban – escuché a la lejanÃa- despierta amor despierta – dijo mi mujer con dulzura- al parecer has tenido un mal sueño ya que tu respiración agitada y el grueso sudor que emanabas me hicieron despertar. Gracias querida realmente fue una pesadilla, la besé cariñosamente y seguimos durmiendo. Al cabo de dos horas el sonido agudo del despertador me levantó a la hora habitual, debÃa irme a trabajar como un dÃa mas, ir a marcar tarjeta como cualquier otro simple mortal habituado al sistema; lo de siempre, me di un gratificante baño y me sequé sin mucha prisa. – Adelaida, querida mÃa, mi terno azul esta por ahÃ-pregunté- -Enseguida te lo alcanzo cariño- me dijo desde la cocina- al parecer preparaba mi gratificante desayuno. El problema se presentó cuando apareció e sonriente trayendo en sus manos la bata negra, las sandalias y por supuesto no nos olvidemos de la casaca de cuero marrón y el short de futbolista. |
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