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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-07-11 | [This text should be read in espanol] | Submited by lucia sotirova No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mà todos los sueños del mundo Ventanas de mi cuarto, de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es (y si supieran quién es, ¿qué sabrÃan?), dan al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente, a una calle inaccesible a todos los pensamientos, real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente, con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres, con la muerte poniente humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres, con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de la nada. Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad. Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme y no tuviese otra fraternidad con las cosas, que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle la fila de vagones de un tren, y una partida pintada desde dentro de mi cabeza, y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida. Hoy me siente perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado. Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo a la tabaquerÃa del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, y a la sensación de que todo es sueño como cosa real por dentro. He fracasado en todo. Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada el aprendizaje que me impartieron. Me bajé por la ventana de la parte trasera de la casa. Me fui al campo con grandes proyectos. Pero sólo encontré allà hierbas y árboles, y cuando habÃa gente, era igual que la otra. Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar? ¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy? ¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas! ¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos! ¿Un genio? En este momento cien mil cerebros se juzgan, en sueños, genios como yo y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno, ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras. No, no creo en mÃ... ¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo no hay en estos momentos genios para-sÃ-mismos soñando? ¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas, y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero ni encontrarán quien les preste oÃdos? El mundo es para quien nace para conquistarlo y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón. He soñado más que lo que hizo Napoleón. He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo, he pensado en secreto filosofÃas que ningún Kant ha escrito. Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla, aunque no viva en ella; seré siempre el que no ha nacido para eso; seré siempre el que tenÃa condiciones; seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta y cantó la canción del Infinito en un gallinero, y oyó la voz de Dios en un pozo tapado. ¿Creer en mÃ? No, ni en nada. Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello, y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga. Esclavos cardÃacos de las estrellas, conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama; pero nos despertamos y es opaco, nos levantamos y es ajeno, salimos de casa y es la tierra entera, y el sistema solar y la VÃa Láctea y lo Indefinido. (¡Come chocolatines, pequeña, come chocolatines! Mira que no hay más metafÃsica en el mundo que los chocolatines, mira que todas las religiones no enseñan más que la confiterÃa. ¡Come, pequeña sucia, come! ¡Ojalá comiese yo chocolatines con la misma verdad con que comes! Pero yo pienso, y al quitarles el papel plateado, que sé de papel de estaño lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.) Pero por lo menos queda la amargura de lo que nunca seré la caligrafÃa rápida de estos versos, pórtico partido hacia lo Imposible. Pero por lo menos me consagro a mà mismo un desprecio sin lágrimas, noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas, y me quedo en casa sin camisa. (Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas, o diosa griega, concebida como estatua que estuviese viva, o patricia romana, o imposiblemente noble y nefasta, o princesa de trovadores, gentilÃsima y disimulada, o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana, o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres, o no sé qué moderno —no me imagino bien qué—, todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire! Mi corazón es un cubo vaciado. Como invocan espÃritus los que invocan espÃritus, me invoco a mà mismo y no encuentro nada. Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad, veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan, veo a los entes vivos vestidos que se cruzan, veo a los perros que también existen, y todo esto me pesa como una condena al destierro, y todo es extranjero, como todo.) He vivido, estudiado, amado, y hasta creÃdo, y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo. Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira, y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado, ni creÃdo (porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso); puede que hayas existido tan sólo como un lagarto al que cortan el rabo y qué es un rabo, más acá del lagarto, agitadamente. He hecho de mà lo que no sabÃa, y lo que podÃa hacer de mà no lo he hecho. El disfraz de dominó que me he puesto estaba equivocado. Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentÃ, y me perdÃ. Cuando quise quitarme el antifaz, lo tenÃa pegado a la cara. Cuando me lo quité y me miré en el espejo, ya habÃa envejecido. Estaba borracho, no sabÃa llevar el dominó que no me habÃa quitado. Tiré el antifaz y me dormà en el vestuario como un perro tolerado por la gerencia por ser inofensivo y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime. Esencia musical de mis versos inútiles, ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho, y no me quedase siempre enfrente de la tabaquerÃa de enfrente, pisoteando la conciencia de estar existiendo como una alfombra en la que tropieza un borracho o una estera que robaron los gitanos y no valÃa nada. Pero el propietario de la tabaquerÃa ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta. Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta, y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal. Morirá él y moriré yo. Él dejará la muestra y yo dejaré versos. En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también. Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra, y la lengua en que fueron escritos los versos, morirá después el planeta girador en que sucedió todo ésto. En otros satélites de otros sistemas cualesquiera, algo asà como gente, continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras, siempre una cosa enfrente de la otra, siempre una cosa tan inútil como la otra, siempre lo imposible tan estúpido como lo real, siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie, siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra. Pero un hombre ha entrado en la tabaquerÃa (¿a comprar tabaco?), y la realidad plausible cae de repente encima de mÃ. Me incorporo a medias con energÃa, convencido, humano, y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario. Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos. Sigo al humo como a una ruta propia, y disfruto, en un momento sensitivo y competente, la liberación de todas las especulaciones y la conciencia de que la metafÃsica es una consecuencia de encontrarse enfermo. Después me echo para atrás en la silla y continúo fumando. Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando. (Si me casase con la hija de mi lavandera a lo mejor serÃa feliz.) Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana. El hombre ha salido de la tabaquerÃa (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?) Ah, le conozco: es el Esteves sin metafÃsica. (El propietario de la tabaquerÃa ha llegado a la puerta.) Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto. Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves!, y el Universo se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquerÃa se ha sonreÃdo. * |
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