ESTACIÓN

No hay nada, dicen, que brille
o que refleje la entraña,
la cavidad del fondo
de un blanco o negro
o tal vez, aún más complejo,
de un niño.
No hay nada más enterrado, digo,
que un punzón doloroso si es triste
o la alegría de los ojos cuando
miran
con admiración, sin cálculo,
sin tapujos pues brota de la piel
la sangre de la fuente del corazón
que puede y está en un banco
de una estación olvidada.

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