La tristeza de tu llanto,
la congoja de tu pena
ha cubierto con un manto
a tu absurda y vil condena.

Cuando fuiste condenada
no pudiste defenderte,
aceptaste muy callada
que te sentencien a muerte.

El tunante desdichado,
en aquella noche oscura
abusó desesperado
de todita tu hermosura.

Como león enardecido
me lancé sobre mi presa,
le clavé muy decidido
un cuchillo... con fiereza!.

Tú gritabas asustada
y luego de un tiempo incierto
observaste anonadada
que ya el hombre estaba muerto.

Fué mi culpa y no la tuya,
porque yo maté al tunante,
me animaste para que huya
y lo hice... vacilante.

El cuchillo ensangrentado
lo arrojé por el camino
y ahora que el tiempo ha pasado
sufro por tu cruel destino.

Hoy que me encuentro distante
veo mi honrra ya salvada,
pero de ahora en adelante
mi vida no vale nada.

Nuestro hijo ya ha crecido
y ahora entiende que en la vida
se defiende decidido
a la esposa muy querida.

Tu sentencia fué anulada,
comprobaron tu inocencia,
la justicia equivocada
ya no tuvo resistencia.

De lo que hice, yo lamento,
no debí haberlo matado,
ante Dios hoy me arrepiento
y ahora debo ser juzgado.

Ya nada vale mi vida,
la tuya es más importante.
Dios ha de curar la herida
de tu alma en todo instante.

Dile a mi hijo que lo quiero,
hace tiempo que estoy muerto,
también dile al mundo entero
que por tí mi amor es cierto.

Está cerca ya mi hora
pues me llama el Juez Supremo,
estoy solo... mi alma llora...
he matado... y ahora temo...
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Mariano Bequer.
Maracaibo, 12/10/06