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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-04-26 | [This text should be read in espanol] |
CELINA DE SAMPEDRO: Gijón, Asturias, 1926- 2006. Dramaturga, cuentista, novelista y poeta, además de articulista, con diez poemarios publicados. Ganó el Premio «Vital Aza» del Instituto de Estudios Asturianos. Ha editado cuatro novelas. Antologada del Real Instituto Jovellanos, en la antologÃa Rusa Guitarra para 26 cuerdas, en las italianas Carteggio y I Fuochi de Prometeo, y en la antologÃa de la revista Prometeo.
Y EN UN MOMENTO DADO (inédito)Muestra Poesia Siglo XXI, Prometeo Digital la luna, astro fecundo que grana el sortilegio de los amores puros y ejerce sobre el mar soberanÃa, ovula la abundancia de sus dones más lÃricos: al encender de azules los amores más grises. Hay una ancha avenida flanqueada de inmensos rascacielos que apagan sus cristales para mirar la luna. Hay hombres y mujeres que sin luna no crean. Hay arrecifes, rojos, que deben a la luna su vida voluptuosa. Hay gentes en las calles que al mirarles la luna se encienden en sollozos; y hay amores tan hondos que viven de sà mismos. No necesitan luna. LAS PUPILAS DEL FRIO. (Publicado en la 7ma edición de la Nueva PoesÃa Hispanoamericana, Lord Byron ediciones) Abrigo la hermosura igual que las caléndulas cierran sus bellos pétalos cuando el sol ya se pone. Sé entrar en el secreto del libro envejecido cuyo papel prefuma esa plante de flores fÃa por el invierno que le llega del marzo. Y mis dedos -de cobalto y marfil- entrelazan su hielo a otros dedos como ellos: desesperadamente, y dulcemente cómplices. Y no es lienzo pintado, entrando a mi memoria, desde el mural del dÃa amanecido. Ni es unverso pstético, ni notas de un arpegio tañendolas ausencias de un esplendor pasado: son los óleos sagrados que quedan, de vivir, inexorablemente. No temas mis nostalgias. La vida enciende las velas que iluminan los pequeños lugares habitados cuando la tarde cierra las estaciones cálidas. OTROS POEMAS. Cuando lleve febrero sus pasos de mi almohada y dejen su letargo las células antiguas en pos de asignaturas que las hagan notables, será como el de ayer mi paseo en el parque: los niños descubriendo su sentido de hombres y ancianos descendiendo a una mente de niños. * Te miro sin mirarte porque aún no has nacido. En mi mente eres cuarzo desgajado del alba... ¿Suave añil de tus ojos? Y, sin palabras, porque aún no has nacido, me siento liberada de raigambres sin nombre que me hacÃan cautiva, ebria de linfa dulce de tu pecho sin aire, descalza, destrenzada de toda extranjerÃa. Y es que al verte, sin verte, me mueve una ternura aún no bautizada. el reloj de resinas, del pino de las piñas, pone hora a los pájaros, da calor a mi pecho, ya con nieve en su vértice, y lo hace liviano cual regazo de plumas. Y es que mientras la espera, un musgo en mi garganta anuncia que febrero adelanta el perfume de arándanos maduros, las notas de mi nana son cristal y perfume, y hondo sentimiento, y fuego de naranjas, y grito de mi suerte... ¡Nunca más seré isla! LA TERNURA FINAL Y la orilla del tiempo, darán las amapolas su color a la tarde -si abriendo los postigos el alma las recibe y se mira en sus ojos-. Y la tierra de trigo abundará en cosecha si nació la ternura, al arar la justicia el campo germinado. Y del paso del tiempo quedará lo veraz: las lágrimas vertidas por las muertes pequeñas, las victorias sublimes del amor mantenido, y aquello que es hermoso. * La espera de tu llanto primero, de tenerte en los brazos, mientras en el jardÃn florece la verónica cuando aún no es febrero. Es una espera estremecida en gozo, a pesar de tanta lluvia y verde. Te llamarán Cecilia: (Bach, Debussy, Beethoven). Las músicas mas clásicas y aquellas de la moda... El "bakalao", "la salsa", Y la "country" tan Ãntima de amor. Te llamarán Cecilia Cecilia de las olas... Cecilia becqueriana * Y seré árbol y sentiré el verano refugiarse en mi sombra y en el amanecer me volarán los pájaros, me piarán los pájaros, y en el anochecer me dormirán los pájaros Y seré árbol, porque los que me quieren, abrirán, con sus manos, un huequecillo tibio para la levedad de mis cenizas: las que guardan memoria de mis amaneceres, del reloj de mi herida de aquellos sentimientos que me dieron su nombre. Y seré beneficio como es la lluvia fina, como es el sol que baja a la pradera. Seré el tronco que guarda corazones y fechas en mi carne esculpidas, por aquellos que en mà descubrieron el don de la ternura. Seré un árbol erguido de esperanza... Haré dulces las tardes a pájaros cansados * PRINCESA DE PIERNAS CORTAS A MarÃa Ojeras profundas visten tu cara. Grácil princesa de piernas cortas y trenzas largas, lágrimas verdes y otras rarezas, que sólo tú, carita de filipina, soportas. Te observo en el descanso chupando el pitillo y bailoteo en tus oes de humo vagabundo. Una hoja verde descansa en tu remanso. RÃes y yo rÃo, y, entre pitillo y pitillo, yo charlo contigo, princesa de trenzas largas y de tiempos perdidos junto al rÃo. En el frÃo recreo, de gris cemento, cantas. Y corres, abanico de colores, con tu falda de cuadros escoceses, grises, verdes y amarillos; con tus calcetines blancos y tu jersey azul. Y también -aunque lo disimules- te veo hacer pucheros con tus carrillos rosas y tus ojitos chinos. Pucheros de lágrimas y angostura para una dama de rara alma y corazón sin costura. Pucheros de pétalos de amargura. Mamá ya no estaba. No te vio echar los primeros dientes aunque ratones no te faltaron. Ratones blancos, ratones grises. Locos ratones escalando incesantes por tu noria. Trepadores melancólicos en tu frágil memoria. A tu corazón, tierno como un queso, no le faltaron bigotes. Ni abuelos, ni abuelas, ni tÃos, ni tÃas. En la puerta no estaba. Y sonó la sirena. Contaste una, dos, tres, cuatro y... Cinco mamás. Y no contaste más porque más no contabas. Y pronto aprendiste a restar. Y restaste a mamá, para nunca llorar. Tu mochila rosa de piedras se llenó porque tus piernas cortas no andaban y tu rodilla herida sangraba. Ella no estaba. No soltó tus trenzas de india de la luna, de rubia amazona sobre blanco poni. No mesó tu cabello, de trigo maduro, suicidado junto al rÃo. Ni estiró los calcetines, blancos de ganchillo, enrollados en tus zapatos rosas de princesa linda, de reina de la hojarasca, de hechicera de promesas, en lágrimas verdes convertidas. Y tu abuela lloraba y lloraba. Pero tú, princesa de trenzas largas y ojeras profundas, mirabas el rÃo. Solo mirabas el rÃo ¿A dónde va el rÃo?, abuela. El rÃo no va, el rÃo viene de las montañas. ¿Y no va a ningún sitio?, abuela. Ella no estaba, en tus fotos de pimpollo blanco, teñido de amapolas rotas, y rosario pulido. Grácil princesa de piernas cortas y trenzas largas, hoy tu luna está menguada, y el pitillo va y viene nervioso, del cenicero a tu mano y de la mano a tus labios y las palabras se enredan con el humo endiablado de tu pitillo rubio. Hoja verde en las mansas aguas del rÃo que no va, donde la niña rubia de trenzas largas moja sus pies. |
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