Tu asesino fue tu amante.

Oscuro recorría los bosques,

retorciendo nervioso sus gruesas manos,

pisando ramas con sus botas.

Seguía con su mirada torva

las huellas de tus pies descalzos.

En sus ojos se detenía el cielo,

se cargaba de nubes

y desataba las lluvias de la noche.



Fue el viento desbocado,

el furioso puente

por el cual llegaste al nicho de la noche.

Una sola de sus manos en tu cuello

volteó la costura de las cosas,

abrió los grifos de la tierra

e inauguró raíces

en tus pies,

en tus glúteos,

en tu espalda.



Después acarició tu cuerpo recién muerto:

eran suyas tus carnes,

eran suyos tus ojos entornados,

eran suyos tus sueños...

...y te entregó a la noche

en un aullido silencioso.



Fiesta de los insectos

en la luna,

en la humedad y los terrones.

Fiesta en el brillo opaco de tus ojos.

Fiesta en las raíces

y en lo profundo de la tierra.

Fiesta alrededor de tu cuerpo,

blanco como la luna,

acumulando mares

debajo de tu piel.



Tu muerte

llenó la noche de guirnaldas,

abrió la lumbre de las sombras

y profirió canciones

en el júbilo salvaje de tu carne,

la colosal alegría de tus poros

tendiendo hacia la nada.



En tanto tu asesino

tendió oscuras cadenas

hacia los arcos rosados de tus plantas.

Te hizo su esposa eterna

en el oscuro himeneo del gusano.



Ahora te mira desde el viento:

ojos entornados,

cabellos sueltos en la almohada de las hojas

y los pies abiertos a la noche. Tu belleza

tiende prolongaciones a la tierra

y la luna

mezcla su sangre plateada con la tuya.



Ahora tu asesino

es un lejano huracán en las Baleares.

Te presiente en las antípodas

mientras la tierra te abraza lenta;

te conduce perezosa

hacia el próximo imperio del gusano



Gocho