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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-08-07 | [This text should be read in espanol] | Submited by Edilberto González Trejos
10 de septiembre
Por fin ha llegado el otoño; el verano no retornará. Jamás volveré a verlo... El mar está gris y tranquilo, y cae una lluvia fina, triste. Cuando lo vi esta mañana, me despedà del verano y saludé al otoño, al número cuarenta de mis otoños, que al fin ha llegado, inexorable. E inexorablemente traerá consigo aquel dÃa, cuya fecha a veces recito en voz baja, con una sensación de recogimiento y terror Ãntimo... 12 de septiembre He salido a pasear un poco con la pequeña Asunción. Es una buena compañera, que calla y a veces me mira alzando hacia mà sus ojos grandes y llenos de cariño. Hemos ido por el camino de la playa hacia Kronshafen, pero dimos la vuelta a tiempo, antes de habernos encontrado a más de una o dos personas. Mientras volvÃamos me alegró ver el aspecto de mi casa. ¡Qué bien la habÃa escogido! Desde una colina, cuya hierba se hallaba ahora muerta y húmeda, miraba el mar de color gris. Sencilla y gris es también la casa. Junto a la parte posterior pasa la carretera, y detrás hay campos. Pero yo no me fijo en eso; miro sólo el mar. 15 de septiembre Esa casa solitaria sobre la colina cercana al mar y bajo el cielo gris es como una leyenda sombrÃa, misteriosa, y asà es como quiero que sea en mi último otoño. Pero esta tarde, cuando estaba sentado ante la ventana de mi estudio, se presentó un coche que traÃa provisiones; el viejo Franz ayudaba a descargar, y hubo ruidos y voces diversas. No puedo explicar hasta qué punto me molestó esto. Temblaba de disgusto, y ordené que tal cosa se hiciera por la mañana, cuando yo duermo. El viejo Franz dijo sólo: "Como usted disponga, señor Conde", pero me miró con sus ojos irritados, expresando temor y duda. ¿Cómo podrÃa comprenderme? Él no lo sabe. No quiero que la vulgaridad y el aburrimiento manchen mis últimos dÃas. Tengo miedo de que la muerte pueda tener algo aburguesado y ordinario. Debe estar a mi alrededor arcana y extraña, en aquel dÃa grande, solemne, misterioso, del doce de octubre... 18 de septiembre Durante los últimos dÃas no he salido, sino que he pasado la mayor parte del tiempo sobre el diván. No pude leer mucho, porque al hacerlo todos mis nervios me atormentaban. Me he limitado a tenderme y a mirar la lluvia que caÃa, lenta e incansable. Asunción ha venido a menudo, y una vez me trajo flores, unas plantas escuálidas y mojadas que encontró en la playa; cuando besó a la niña para darle las gracias, lloró porque yo estaba "enfermo". ¡Qué impresión indeciblemente dolorosa me produjo su cariño melancólico! 21 de septiembre He estado mucho tiempo sentado ante la ventana del estudio, con Asunción sobre mis rodillas. Hemos mirado el mar, gris e inmenso, y detrás de nosotros en la gran habitación de puerta alta y blanca y rÃgidos muebles reinaba un gran silencio. Y mientras acariciaba lentamente el suave cabello de la criatura, negro y liso, que cae sobre sus hombros, recordé mi vida abigarrada y variada; recordé mi juventud, tranquila y protegida, mis vagabundeos por el mundo y la breve y luminosa época de mi felicidad. ¿Te acuerdas de aquella criatura encantadora y de ardiente cariño, bajo el cielo de terciopelo de Lisboa? Hace doce que te hizo el regalo de la niña y murió, ciñendo tu cuello con su delgado brazo. La pequeña Asunción tiene los ojos negros de su madre; sólo que más cansados y pensativos. Pero sobre todo tiene su misma boca, esa boca tan infinitamente blanda y al mismo tiempo algo amarga, que es más bella cuando guarda silencio y se limita a sonreÃr muy levemente. ¡Mi pequeña Asunción!, si supieras que habré de abandonarte. ¿Llorabas porque me creÃas "enfermo"? ¡Ah! ¿Qué tiene que ver eso? ¿Qué tiene que ver eso con el de octubre...? 23 de septiembre Los dÃas en que puedo pensar y perderme en recuerdos son raros. Cuántos años hace ya que sólo puedo pensar hacia delante, esperando sólo este dÃa grande y estremecedor, el doce de octubre del año cuadragésimo de mi vida. ¿Cómo será? ¿Cómo será? No tengo miedo, pero me parece que se acerca con una lentitud torturante, ese doce octubre. 27 de septiembre El viejo doctor Gudehus vino de Kronshafen; llegó en coche por la carretera y almorzó con la pequeña Asunción y conmigo. -Es necesario -dijo, mientras se comÃa medio pollo- que haga usted ejercicio, señor Conde, mucho ejercicio al aire libre. ¡Nada de leer! ¡Nada de cavilar! Me temo que es usted un filósofo, ¡je, je! Me encogà de hombros y le agradecà cordialmente sus esfuerzos. También dio consejos referentes a la pequeña Asunción, contemplándola con su sonrisa un poco forzada y confusa. Ha tenido que aumentar mi dosis de bromuro; quizás ahora podré dormir un poco mejor. 30 de septiembre -¡El último dÃa de septiembre! Ya falta menos, ya falta menos. Son las tres de la tarde, y he calculado cuántos minutos faltan aún hasta el comienzo del doce de octubre. Son 8,460. No he podido dormir esta noche, porque se ha levantado el viento, y se oye el rumor del mar y de la lluvia. Me he quedado echado, dejando pasar el tiempo. ¿Pensar, cavilar? ¡Ah, no! El doctor Gudehus me toma por un filósofo, pero mi cabeza está muy débil y sólo puedo pensar: ¡La muerte! ¡La muerte! 2 de octubre Estoy profundamente conmovido, y en mi emoción hay una sensación de triunfo. A veces, cuando lo pensaba y me miraba con duda y temor, me daba cuenta de que me tomaban por loco, y me examinaba a mà mismo con desconfianza. ¡Ah, no! No estoy loco. Leà hoy la historia de aquel emperador Federico, al que profetizaran que morirÃa sub flore. Por eso evitaba las ciudades de Florencia y Florentinum, pero en cierta ocasión fue a parar en Florentinum, y murió. ¿Por qué murió? Una profecÃa, en sÃ, no tiene importancia; depende de si consigue apoderarse de ti. Mas si lo consigue, queda demostrada y por lo tanto se cumplirá. ¿Cómo? ¿Y por qué una profecÃa que nace de mà mismo y se fortalece, no ha de ser tan válida como la que proviene de fuera? ¿Y acaso el conocimiento firme del momento en que se ha de morir, no es tan dudoso como el del lugar? ¡Existe una unión constante entre el hombre y la muerte! Con tu voluntad y tu convencimiento, puedes adherirte a su esfera, puedes llamarla para que se acerque a ti en la hora que tú creas... 3 de octubre Muchas veces, cuando mis pensamientos se extienden ante mà como unas aguas grisáceas, que me parecen infinitas porque están veladas por la niebla, veo algo asà como las relaciones de las cosas, y creo reconocer la insignificancia de los conceptos. ¿Qué es el suicidio? ¿Una muerte voluntaria? Nadie muere involuntariamente. El abandonar la vida y entregarse a la muerte ocurre siempre por debilidad, y la debilidad es siempre la consecuencia de una enfermedad del cuerpo o del espÃritu, o de ambos a la vez. No se muere antes de haberse uno conformado con la idea... ¿Estoy conforme yo? Asà lo creo, pues me parece que podrÃa volverme loco si no muriera el doce de octubre... 5 de octubre Pienso continuamente en ello, y me ocupa completamente. Reflexiono sobre cuándo y cómo tuve esta seguridad, y no me veo capaz de decirlo. A los diecinueve o veinte años ya sabÃa que morirÃa cuando tuviera cuarenta, y alguna vez que me pregunté con insistencia en qué dÃa tendrÃa lugar, supe también el dÃa. Y ahora este dÃa se ha acercado tanto, tan cerca, que me parece sentir el aliento frÃo de la muerte. 7 de octubre El viento se ha hecho más intenso, el mar ruge y la lluvia tamborilea sobre el tejado. Durante la noche no he dormido, sino que he salido a la playa con mi impermeable y me he sentado sobre una piedra. Detrás de mÃ, en la oscuridad y la lluvia, estaba la colina con la casa gris, en la que dormÃa la pequeña Asunción, mi pequeña Asunción. Y ante mÃ, el mar empujaba su turbia espuma delante de mis pies. Miré durante toda la noche, y me pareció que asà debÃa ser la muerte o el más allá de la muerte: enfrente y fuera una oscuridad infinita, llena de un sordo fragor. ¿SobrevivirÃa allà una idea, un algo de mÃ, para escuchar eternamente el incomprensible ruido? 8 de octubre He de dar gracias a la muerte cuando llegue, pues todo se habrá cumplido tan pronto como llegue el momento en que yo ya no pueda seguir esperando. Tres breves dÃas de otoño todavÃa, y ocurrirá. ¡Cómo espero el último momento, el último de verdad! ¿No será un momento de éxtasis y de indecible dulzura? ¿Un momento de placer máximo? Tres breves dÃas de otoño aún, y la muerte entrará en mi habitación... ¿Cómo se conducirá? ¿Me tratará como a un gusano? ¿Me agarrará por la garganta para ahogarme? ¿O penetrará con su mano mi cerebro? Me la imagino grande y hermosa y de una salvaje majestad. 9 de octubre Le dije a Asunción, cuando estaba sobre mis rodillas: "¿Qué pasarÃa si me marchara pronto de tu lado, de algún modo? ¿EstarÃas muy triste?" Ella apoyó su cabecita en mi pecho y lloró amargamente. Mi garganta está estrangulada de dolor. Por lo demás, tengo fiebre. Mi cabeza arde, y tiemblo de frÃo. 10 de octubre ¡Esta noche estuvo aquÃ, esta noche! No la vi, ni la oÃ, pero a pesar de eso hablé con ella. Es ridÃculo, pero se comportó como un dentista: "Es mejor que acabemos pronto", dijo. Pero yo no quise y me defendÃ; la eché con unas breves palabras. "¡Es mejor que acabemos pronto!" ¡Cómo sonaban esas palabras! Me sentà traspasado. ¡Qué cosa más indiferente, aburrida, burguesa! Nunca he conocido un sentimiento tan frÃo y sardónico de decepción. 11 de octubre (a las 11 de la noche) ¿Lo comprendo? ¡Oh! ¡Créanme, lo comprendo! Hace una hora y media estaba yo en mi habitación y entró el viejo Franz; temblaba y sollozaba. -¡La señorita -exclamó-. ¡La niña! ¡Por favor, venga en seguida! Y yo fui en seguida. No lloré, y sólo me sacudió un frÃo estremecimiento. Ella estaba en su camita, y su cabello negro enmarcaba su pequeño rostro, pálido y doloroso. Me arrodillé junto a ella y no pensé nada ni hice nada. Llegó el doctor Gudehus. -Ha sido un ataque cardÃaco -dijo, moviendo la cabeza como uno que no está sorprendido. ¡Ese loco rústico hacÃa como si de veras hubiera sabido algo! Pero yo, ¿he comprendido? ¡Oh!, cuando estuve solo con ella -afuera rumoreaban la lluvia y el mar, y el viento gemÃa en la chimenea-, di un golpe en la mesa, tan clara me iluminó la verdad un instante. Durante veinte años he llamado la muerte al dÃa que comenzará dentro de una hora, y en mÃ, muy profundamente, habÃa algo que siempre supo que no podrÃa abandonar a esta niña. ¡No hubiera podido morir después de esta medianoche; sin embargo, asà debÃa ocurrir! Yo hubiera vuelto a rechazarla cuando se hubiera presentado: pero ella se dirigió antes a la niña, porque tenÃa que obedecer a lo que yo sabÃa y creÃa. ¿He sido yo mismo quien ha llamado la muerte a tu camita, te he matado yo, mi pequeña Asunción? ¡Ah, las palabras son burdas y mÃseras para hablar de cosas tan delicadas, misteriosas! ¡Adiós, adiós! Quizá yo encuentre allà afuera una idea, un algo de ti. Pues mira: la manecilla del reloj avanza, y la lámpara que ilumina tu dulce carita no tardará en apagarse. Mantengo tu mano, pequeña y frÃa, y espero. Pronto se acercará ella a mÃ, y yo no haré más que asentir con la cabeza y cerrar los ojos, cuando la oiga decir: -Es mejor que acabemos pronto... FIN |
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