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UNA CRÓNICA DEL VIAJERO IMAGINARIO
prose [ ]
DESVARIO TERCERO: sobre el amor y el deseo

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by [tobegio ]

2023-04-10  |     | 



UNA CRÓNICA DEL VIAJERO IMAGINARIO

DESVARIO TERCERO: Sobre el amor y el deseo

Por Sergio Hernández Gil (tobegio)

Como lo hace con frecuencia mientras estudio, la perra viene a dormitar a mi cuarto, en especial en estos días cálidos de verano en los que las ventanas están abiertas y el aire es un bálsamo que alivia de las incomodidades del calor en la península. Ronca cuando está incómoda pero le gusta enroscarse en el sillón reclinable que hay a mis espaldas. Como buen podenco lusitano, Laia, que así se llama, es corta de pelo y de color miel con manchas oscuras. Es de mediano tamaño y tiene las orejas un tanto redondeadas, como las de su madre Belinha, regalo de mi hermana cuando me gradué del bachillerato.

Mirándola dormir me acordé de la tía Augusta, quien en julio de hace doce años, en la celebración de mi cumpleaños 18, llegó a la casa de playa de mis padres en Progreso, con su faldita corta a la moda, mostrando sus hermosas piernas largas y torneadas. Descollaba entre todas las mujeres de la familia por su altura y cuerpo de áurea proporción, como el ser humano perfecto pensado por Leonardo Da Vinci. Paso a paso, sobre sus tacones largos y puntiagudos parecía flotar y atrás de ella, Fiero, un French Bulldog Inglés, gordo, de dificultoso andar, que contrastaba con el paso elegante de la bella prima de mi padre, quien por cierto, sin recato alguno -aún frente a los negros ojos serios y penetrantes de mi madre que no podía disimular el disgusto que le causaba la presencia de esa mujer- se desvivía por atenderla cuando, como cada año, iba de visita a la casona de la playa.

Tal era el poder magnético de Augusta, mi tía segunda en realidad, que todos los hombres de la casa, incluyendo a hermanos y cuñados de mi padre, así como a mis primos y amigos que ese día nos reunimos para celebrar mi mayoría de edad, no teníamos otro tema de conversación más que la perfección y belleza de “esa escultura viviente”. -Como si fuera modelo de Auguste Rodin, decía el tío Alberto, hermano de mi madre; un libertino de closet amante del arte que gustaba de pintar a escondidas desnudos de hombres y mujeres en orgías y bacanales, confeso enamorado “hasta las cachas” de la prima de mi padre.

¡Cualquiera que escuchara aquél coloquio podía darse cuenta del tipo de ideas que cruzaban por la mente de este grupo de masculinos: desde la idea más cursi del romanticismo al más vulgar acto de depredación sexual. Todo sucedía en nuestras cabezas, en especial en las de los jóvenes y adultos que estimulados por el tequila, los wiskis y las cubas libres daban rienda suelta al caballo salvaje que trotaba en su imaginación.

Vi por primera vez a la tía Augusta cuando tenía yo 13 años. En ese entonces la prima de mi padre era para mi únicamente una mujer más de la familia, pero aquellas conversaciones –que se repetían cada verano-- y mis hormonas en ebullición transformaron, un par de años después, mi ingenuo sueño angelical en un romántico y pasional amor juvenil a la admirada tía Augusta. Sentimiento que provocaba en mi fantasías eróticas tales como tenerla en brazos mientras de alguna manera imaginaba en hacerla feliz con mis febriles y turbulentas entregas.

Como cada año, la tía Augusta, que en ese entonces ya frisaba los 42, llegaba con regalos para todos. Recuerdos de sus viajes a diversos países que visitaba en plan de negocios y, decía ella, de placer, pues quien no disfruta la vida con amor y pasión pierde el tiempo y no encuentra la única y verdadera razón para existir: ser feliz. Hedonista como era, Augusta narraba con destreza y gran detalle las maravillas que había conocido y los corazones rotos que dejaba en sus recorridos por el mundo, con lo cual acaparaba la atención, principalmente de los hombres, aunque también de algunas de las mujeres que la admiraban o la envidiaban por su independencia y manera intensa de vivir.

Poco después de la cena y en pleno auge de la celebración, cuando la música y el baile reinaban en el ambiente y el alcohol había cobrado sus efectos en algunos de los masculinos y algunas de las féminas departían sobre los últimos acontecimientos de la sociedad merideña, la tía Augusta discretamente se apartó del grupo, se acercó hasta donde me encontraba con los primos y al oído me dijo: --este año ya eres mayor de edad y tengo para ti un regalo especial. Ven, añadió, y girándose hacia la playa me indicó que la siguiera.

Al llegar tras las rocas se sentó sobre la arena y yo junto a ella. –El cerebro contiene todos los secretos del Universo, me dijo y señaló con su índice el cielo plagado de estrellas brillantes. Únicamente debes aprender a descubrirlos para alcanzar la plena armonía de tu cuerpo y tu espíritu, añadió mientras con suavidad ponía su mano izquierda sobre mi pierna, deslizándola suavemente hasta topar con la firmeza debajo de mi calzón de baño.

-¡Vaya! Sí que tienes atributos, me susurró riéndose y acto seguido me besó el cuello y la oreja derecha mientras su mano giraba suavemente sobre aquél miembro erguido. El calor subió por mi cuerpo en tanto que mi corazón se aceleraba cada vez más. Recorrió mi espalda y me tumbó boca arriba sobre la arena en tanto me despojaba de mi única prenda sobre el cuerpo. Se abalanzó sobre mi pene y lo engulló hasta la mitad de arriba hacia abajo y viceversa, ¡Ay, no sé cuántas veces!

De pronto la humedad y tersura de sus labios se convirtieron en una cueva casi igual de suave y muy cálida. Estaba ya sobre mi cuerpo, desnuda, subió mis manos hasta sus pechos y me pidió que las girara suavemente. En cada balanceo gemía ella de placer y de mis ojos brotaban lágrimas de felicidad. Se inclinó y me hizo abrevar de aquella mama como un niño hambriento. Tan concentrados estábamos que no escuchamos los ladridos de Belinha, que me había seguido y cuya agitación y enojo al vernos unidos en el rítmico vaivén como un solo cuerpo, hizo que toda la familia se acercara hasta el sitio donde la tía Augusta y yo veíamos las estrellas.

Mientras algunos tíos, menos Alberto, y mis primos varones y algunas primas celebraban el momento en que fui desvirgado, mi madre y las tías montaron en cólera contra Augusta quien únicamente se puso de pie, mostrando a todos su escultural estructura, sonrió y dijo: -tan solo le enseñaba lo que es la vida.

Tras la hecatombe y los años, la tía Augusta no volvió más a la casa de playa de mis padres, pero me visita algunas noches en mi departamento cerca del hospital donde curso mi residencia en ginecología y obstetricia. Laia, al contrario de su madre y de la mía, la recibe con bailes y brincos de alegría.
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