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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-09-22 | [This text should be read in espanol] |
Si ser poeta no es simplemente escribir bellos versos, o dar con la rima y con la métrica, materializando en el papel una cantidad importante de sensaciones, vivencias y sentimientos, sino, ser un ilustre juguete de las palabras, siendo capaz de generar esas significaciones que hasta el instante en que se dijeron, jamás habían existido antes, creando nuevos sentidos que logran embellecer la cruda realidad, captando esos elementos nimios que para la mayoría pasan inadvertidos. Si ser poeta es todo esto y tal vez algo más que no puede ser muy bien definido, diría que Cátulo se ajustaba bastante bien a esta lógica de pensamiento, pero hacía ya un tiempo que había perdido motivos para escribir. Como si su musa se hubiese fugado con otro.
Una mañana al despertar, Cátulo se sintió demasiado impactado por el sueño que había tenido. Por el ancho río, cubierto en sus orillas por una verde y frondosa vegetación, que por momentos se tornaban en infinitas, y en otros eran simplemente franjas verdosas en el horizonte; el poeta se desplazaba en una pequeña embarcación, cuando el atardecer coincidía con el espectáculo luminoso de aquella gran ciudad en la lejanía inmediata. Antes de salir a la aventura, el se sentía tremendamente solo, y mucho más en su navegación, cuando la proximidad del conglomerado urbano le produjo un clic en su cabeza. Inmediatamente recordó a una tierna mujer, que no podía explicarse a sí mismo como había sido que por muchos años se le había borrado de su memoria. Ella vivía en esa ciudad y era una incondicional, que lo recibiría de muy buenas ganas. A parte de ella, en ese sitio eran todos eternos desconocidos. Lo que no sabía muy bien era como iba a hacer para encontrarla en tan grande hormiguero, pero el poder hacerlo lo llenaba de entusiasmo. Sin embargo repicaba en su cerebro el porqué de haberla olvidado, si ella no era alguien como para que eso ocurriese. Cuando Cátulo recordó por la mañana este relato onírico, se quedó algo pasmado. Esa mujer del sueño rea muy real, él sentía que la conocía demasiado y que quizás era una de esas personas que forman el grupo de seres más importantes que uno fue conociendo en su larga deriva, pero ya despierto no lograba identificarla, como si el sueño hubiera producido un efecto tan tremendamente verdadero en sus sentimientos que el despertar ahogo en las tinieblas. Ahí recordó esa frase que dice: “los sueños, sólo sueños son”. De lo que si sacó una conclusión firme fue sobre su inmovilidad territorial de los últimos tiempos, y se decidió salir a vagar por el mundo, a encontrar nuevas fuentes de inspiración, que aparezca esa extraña dama que rige la producción de metáforas y metonímias. Fue allí que comenzó la travesía del poeta mucho más allá de las fronteras que tenía impuestas.
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