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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2008-01-05 | [This text should be read in espanol] |
Quien sabe de dolor todo lo sabe.
Dante Alighieri I Un asesino serial sembraba el terror en Londres. Los esfuerzos de las autoridades por detenerlo eran in煤tiles. Hasta el c茅lebre detective de la calle Baker hab铆a claudicado en su empe帽o y se hab铆a entregado con frustraci贸n a la morfina y al viol铆n. Sin saber qu茅 hacer, el jefe de polic铆a Lestrade, desesperado, acudi贸 a los servicios secretos del gobierno. Lo pusieron en contacto con la polic铆a rusa. Viaj贸 hasta San Petersburgo para entrevistarse con el juez Petrovich. Este le propuso una alternativa inaudita: solicitar el auxilio de un convicto condenado por doble asesinato, un genio criminal, a fin de que lo orientase en la captura del Carnicero de Londres. A cambio del 茅xito de la empresa le otorgar铆an la libertad. Lestrade acept贸 sin pensarlo. Se trasladaron a Siberia, localizaron al reo. Los oficiales carcelarios se alegraron al verse libres de su presencia. Nadie lo toleraba: todos tem铆an su personalidad l煤gubre y hosca. Lestrade y Petrovich de igual manera se sobresaltaron. Uno al verlo por vez primera, otro al observar de qu茅 manera se hab铆a vuelto m谩s oscura su personalidad. La nerviosa figura desgarbada del joven impon铆a un miedo irracional. Le propusieron el trato. 脡l acept贸 sin inter茅s. Partieron. As铆, Raskolnikov abandon贸 Siberia y emprendi贸 con los agentes polic铆acos la caza del Carnicero de Londres. II Recorrieron cada callej贸n de la zona m谩s miserable de la ciudad. Los peores cr铆menes del asesino all铆 se hab铆an suscitado. Sus v铆ctimas principales eran mujeres y ni帽os, pero alg煤n hombre maduro y fuerte tambi茅n hab铆a fenecido bajo los instintos homicidas del inasible verdugo. Lestrade, auxiliado por Petrovich, puso al tanto a Raskolnikov del modus operandi del Carnicero, de sus h谩bitos, sus preferencias. El antiguo estudiante fue capaz entonces, de comprender la mentalidad del terrible asesino. Sin embargo, esto no entusiasmaba a Raskolnikov: estaba en agon铆a su alma. Sonia. Su Sonia. Un d铆a, dej贸 de visitarlo en el presidio. Quiso saber de ella y no obtuvo informaci贸n alguna. Simplemente desapareci贸. La redenci贸n interna del joven se interrumpi贸 por completo. Se olvido de su madre y de su hermana. Se abism贸 en su anterior amargura. Desenga帽ado, retom贸 su excentricidad repelente, sus ideas extravagantes. Volvi贸 a su antigua filosof铆a del ultrahombre, de la supremac铆a del m谩s fuerte. Regresaron sus soliloquios desquiciados y tr茅mulos. Ahora, gracias a su conocimiento y su intuici贸n, los oficiales guiados por Lestrade y Petrovich, rastrearon al Carnicero y lograron acorralarlo en un colosal edificio en ruinas. Las fuerzas policiales rodearon la zona. Raskolnikov se introdujo sigiloso y por su cuenta a la abandonada construcci贸n. Pronto arrib贸 a una penumbrosa habitaci贸n superior. Hab铆a localizado la guarida del Carnicero. Hab铆a sangre y restos humanos esparcidos por doquier. En ese momento Raskolnikov sinti贸 un duro impacto en la nuca. Se hundi贸 en la negrura total. III Cuando recobr贸 el conocimiento, sinti贸 las ataduras lacerantes de sus manos. Mir贸 en torno suyo y descubri贸 en un rinc贸n al Carnicero realizando experimentos abominables con el cuerpo de una de sus v铆ctimas. Pero adem谩s el joven not贸 que alguien m谩s permanec铆a cautivo en aquel nido de muerte. Una jovencita, una ni帽a apenas, atada de manos, observaba los procedimientos del criminal con ojos desorbitados por el miedo. El Carnicero, con expresi贸n bestial e insatisfecha, arroj贸 los despojos que manipulaba y se aproxim贸 a la ni帽a. Ella se arrastr贸 aterrada buscando alejarse del asesino. Justo en ese instante, con su ingl茅s suficiente, Raskolnikov comenz贸 a hablar. Le explic贸 al criminal que hab铆a develado su secreto. El por qu茅 era inatrapable, el por qu茅 su ansiedad de producir dolor, de practicar tortura, de sembrar la muerte. Raskolnikov hab铆a desenmascarado al asesino: no era un criminal com煤n, un simple ejecutor. Su verdadero rostro era m谩s bien el de una enfermedad contagiosa, un estado de conciencia que se difund铆a de hombre en hombre. Por eso era in煤til toda pesquisa encaminada a detenerlo. El Carnicero era el deleite por el mal mismo. El bestial verdugo lo escuchaba azorado. La ni帽a gem铆a y esperaba. Raskolnikov al notar la confusi贸n de su captor, prosigui贸 hablando. Le particip贸 al asesino sus ideas del ultrahombre, del ser que por su naturaleza fuerte y pura supera a todos: los domina, y es as铆 el universo mismo en esencia. Pero para lograr ese nivel era menester dar el paso m谩s importante, le explicaba minucioso Raskolnikov, el de superarse a s铆 mismo, dejar de ser hombre para serlo todo. El Carnicero, fascinado por el discurso del joven, se puso el filo del cuchillo en su propio cuello. Estaba pronto a deslizarlo cuando la ni帽a, incapaz de contener su pavor, gimi贸 de nuevo. Esto liber贸 al asesino, que dirigi贸 su atenci贸n a la adolescente postrada. Los ojos del verdugo se inyectaron de intenciones impronunciables. Se arroj贸 sobre ella. Ahora Raskolnikov era el pasmado. La escena de brutalidad extrema que se le presentaba no le imposibilit贸 percibir como la enfermedad del criminal penetraba en su esp铆ritu alterado. Sorprendi贸 de pronto una risa gutural y c贸mplice en su garganta, que acompasaba cada nueva vejaci贸n, cada tortura. Pero luego, lo inesperado: los ojos de la atormentada se encontraron con los suyos. Raskolnikov vio en ellos algo que no era Sonia, pero que estaba en Sonia. Con un alarido se incorpor贸 a trompicones no obstante sus manos atadas. Con su flaco cuerpo tenso se abalanz贸 sobre el Carnicero. Salieron despedidos por una ventana y cayeron al vac铆o. Era un cuarto piso. El Carnicero cay贸 sobre un carruaje abandonado. Raskolnikov sobre 茅l. La espalda del Carnicero se hizo pedazos. Expir贸 en un momento. Lestrade y Petrovich arribaron al lugar. Se percataron de lo sucedido. Se suscit贸 un gran ajetreo, llegaron m谩s oficiales. Raskolnikov pugnaba por levantarse. Petrovich corri贸 hacia 茅l, cort贸 sus ataduras, lo sujet贸, quiso hablarle. Raskolnikov se solt贸 con furia. Petrovich lo contempl贸 un momento, luego lo dejo hacer. Nadie trat贸 de detener al joven maltrecho y sangrante. Raskolnikov mir贸 hacia una calle lejana. Sus ojos ba帽ados en l谩grimas parecieron reconocer a alguien. Se tambale贸 hacia all谩. Sus llamados desesperados a Sonia se perdieron con el final de la luz, cuando las sombras inundaron la zona. Nunca m谩s se supo de 茅l. Copyright 漏 Jes煤s Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados. |
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