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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2009-02-06 | [This text should be read in espanol] |
Los latidos del corazón golpeaban con fuerza sus costillas, oprimiéndole los pulmones. SabÃa que no podÃa derrumbarse en ese momento, que no podÃa permitir que la frÃa mirada de la mujer que tanto amó, detuviera su huida.
Ya habÃa pasado un año desde que descubrió que ella le era infiel, y se acobardó ante esa realidad. Hace un año, cuando todavÃa la amaba, sintió que el mundo se derrumbaba sobre él. Durante todo ese tiempo alimentó todo tipo de sentimientos hasta que los reunió a todos proyectándolos finalmente en un odio incontenible. Ahora, ahà estaba ella, desangrándose, muriendo poco a poco a través de cada una de las heridas que le causó. Eran cortes perfectos, pero no mortales por necesidad, tardarÃa varias horas antes de que a ella, le llegara su final. La miró de nuevo, ignorando la súplica que se leÃa en sus bellos ojos, no tenÃa tiempo ni la forma para deshacer lo hecho. Siguió llenando con sus pertenencias la enorme maleta, sólo faltaba agregar sus cosas de aseo personal. Caminó hacia el baño procurando no pisar los rastros de sangre que ella dejaba mientras se arrastraba hacia la cama. El baño tenÃa aquel enorme espejo que siempre le gustó, ese espejo que siempre fue generoso con él devolviéndole el reflejo de un hombre joven, apuesto y enamorado; hoy, ese hombre se habÃa marchado, ya no existÃa, fue reemplazado por uno que irradiaba locura en su mirada, que supuraba por cada poro el deseo insaciable de la venganza. Tomó sus cosas y salió precipitadamente del cuarto de aseo, se paró en seco cuando vio que ella estaba sobre la cama boca abajo, con los brazos bajo su pecho. Una intensa ola de rabia terminaron por cegarlo cuando descubrió manchas de sangre en su maleta y en una de sus camisas. La sacó y fue a lavarla con el agua caliente de la ducha para borrar toda huella. Salió a la calle, el sol brillaba y se respiraba tan bien como puede respirarse la libertad. SonrÃo, por fin se habÃa librado del dolor de la traición, por fin, el habÃa ganado y antes de que descubrieran el cuerpo el estarÃa muy lejos de ahÃ. Abordó un taxi y pidió que lo llevara al aeropuerto. Lo habÃa planeado tan bien. El dÃa anterior le habÃa pedido a su mujer que comprara un tinte de pelo del mismo tono que ella usaba. Ella jamás se dio cuenta que él habÃa perdido más de tres tallas, detalle que nadie habÃa notado porque ocultaba sus avances con una botarga fabricada por él mismo y en el último año no se habÃa cortado el cabello ni el bigote ni la barba, estaba seguro que se habÃa conseguido el mejor disfraz, que lo complementaba con sus nuevos papeles y sus documentos falsos. Mientras llegaba a su destino, recordó la expresión de sorpresa de su moribunda esposa cuando el le solicitó que le tiñera el pelo. Cuando terminó, la encaró reclamándole su traición; ella no pudo negarlo, la palidez que invadió su rostro la delató. Él, no necesitó más confirmación que esa. Se empezó a desnudar mientras bajaba la maleta de lo alto del closet, la puso sobre la cama mientras ella lanzaba al vacÃo, súplicas de perdón. Sintiéndose ignorada, se arrodilló abrazándose con fuerzas a sus piernas. Ese era el momento que esperaba, la tomó de los brazos y la levantó para propinarle tremendo golpe en la quijada que la dejó desmayada por unos minutos. Cuando volvió en sÃ, miró en la punta de la daga que su marido sostenÃa en su mano derecha, un destello que le anunciaba su muerte. -Por favor, no me mates-, suplicó sin obtener respuesta. Histérica empezó a subir la voz, amenazando, llorando, pidiendo perdón… ¡no me mates por favor!, si lo haces, ¡te vas a arrepentir!, Sus palabras fueron el detonante del crimen mejor planeado, para evitar que siguiera gritando le cortó la lengua y la arrojo sobre la cama, después la anestesió y empezó a cortar la blanca piel en cientos de pequeñÃsimos cortes, tan juntos uno de otros que parecÃan la partitura de una obra clásica. Siguió con piquetes breves y profundos en las articulaciones tratado de traspasar las venas superficialmente. Fue al armario de donde sacó un tremendo bate de béisbol con el que le destrozó las rodillas. El crujir de los huesos lo hizo calmarse, y se sentó en la cama para ver su obra. La ira lo cegó, arremetió de nuevo esta vez mutilando sus senos, arrancándolos del maltrecho cuerpo, sólo cuando los vio sobre la cama junto con la lengua, decidió que era hora de partir. Se metió a bañar. La voz del taxista lo sacó de sus pensamientos, habÃan llegado al aeropuerto; pagó y corrió para abordar su vuelo, estaba casi al lÃmite del tiempo. Aguardó con paciencia la revisión rutinaria, estaba a unos minutos de salir de su paÃs a un destino que nadie conocÃa. Puso su maleta en la banda transportadora, empezó a silbar suavemente, unos minutos más y le vida empezarÃa a sonreÃrle de nuevo. OÃa muchos murmullos y algunos gritos en el área de revisión, pero él no tenÃa ganas de reintegrarse al mundo. Soñaba con su nueva vida cuando vio venir a cuatro guardias de seguridad de la terminal aérea, lo sujetaron y le pidieron que explicara lo que habÃa en su maleta. No entendÃa a que se referÃan los uniformados, hasta que vio en el fondo de la misma, la daga que desató la alarma a un lado de la lengua y los senos de su mujer. |
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