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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-12-26 | [This text should be read in espanol] |
JORNADA CDI
Los mastines El desfiladero, una amplia avenida flanqueada por dos murallas de roca, era demasiado extenso como para permitirnos una fácil defensa pero estábamos exhaustos, en especial las bestias y allà decidimos hacer el alto. Los bagajes los acomodamos en los huecos de las rocas y extenuados nos hundimos en un torpor ciego parecido al descanso. Hacia el atardecer alguien divisó en el horizonte una alta columna de polvo a unas dos jornadas de marcha. Discutimos las decisiones a tomar pero nuestro cansancio era tal que llegó la noche sin haber decidido qué hacer. Al amanecer la columna se encontraba mucho más próxima, además la trepidación que era ya perceptible al ras del suelo nos hizo temer que se acercaba un ejército formidable. Revisamos el estado de las bestias pero la evidencia era que ni cien palos podÃan obligar a una mula a que aceptara un mÃnimo de carga. A mediodÃa ya se divisaba la hueste y la altura del polvo removido nos inducÃa a pensar en un ejército asombroso en razón de su número, mas observamos que el fragor no se correspondÃa con el rÃtmico retumbar de la marcha militar. Al poco nos convencimos de que nos hallábamos, no ante un ejército sino ante una muchedumbre de proporciones inmensas. Ante la imposibilidad de huir por el desfiladero trepamos la muralla por una quebrada y allà instalados en lo alto esperamos el curso de los eventos........ Nunca viera ojo humano tal multitud. Atropellándose despavorido, el rÃo humano cruzó el desfiladero bajo nuestras atónitas miradas. Era claro que presenciábamos una huida. Una huida que habÃa unido al parecer a muchas naciones. Alguno de los nuestros afirmó que se hallaban juntos todos los humanos del orbe. El abigarrado gentÃo tardó el menos medio dÃa en desfilar ante nosotros. Hansen, uno de los nuestros y de hábitos sanguinarios de vez en cuando lanzaba una piedra, con su honda, al centro de la multitud, veÃamos entonces, como en un estanque, formarse un remolino y a continuación una ola de empujones que se extendÃa hasta los bordes del desfiladero antes de disiparse..... Siguió transitando la muchedumbre enloquecida. Una vez que hubo pasado me encontré con el silencio y me di cuenta de que las rocas entre las que habÃa pasado casi un dÃa eran de color rosado. Abajo el desfiladero en toda su extensión estaba sembrado de muertos deshechos por millones de pisadas, no estaban nuestras bestias. Entonces miré al horizonte. Contra el cielo rojo , alta hasta las nubes, se recortaba la silueta del jinete de la vorágine oscura. HabÃa salido de caza con su rehala de mastines. Los mastines del miedo, del odio y de la pena. Los mastines del error, de la crueldad, del llanto y de la soledad. Abatido recordé a Hansen y su forma de entretenerse con la honda.
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