Estoy tranquila. Sí, segura, no voy a llorar, le dije; entiendo que el amor se acaba, que los años no pasan en balde, que hemos cometido errores y que este adiós es impostergable.

-Y por dentro, la sangre me hervía de dolor y rabia, tantos años compartidos, tanto amor e ideales y sueños que aun nos faltaban por realizar, y ahora estaba ahí, frente a mí diciéndome que se marchaba-.

Me dejó un beso en la frente y lentamente dio la media vuelta, lo recuerdo bien. Recuerdo sus ajustados jeans, que a pesar de sus 45 años le sentaban de maravilla, y aquella camisa blanca que, como una segunda piel se ajustaba a su cuerpo.

Lo recuerdo bien. Flexionó lentamente las rodillas para asir su maleta y empezar de esa manera el final de mi cuento de amor.

Entonces, destelló la extensión de mi mano en un estruendo mortal. Él, se detuvo en seco, se volvió y me miró con sus enormes y asustados ojos verdes al tiempo que su mano derecha atrapaba en su pecho el clavel rojo que florecía en su camisa.