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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-04-11 | [This text should be read in espanol] | Una mirada inquieta, la luz era tentadora, una habitación pequeña pero a la vez confortable, la hora nunca importo, sus ojos se abrieron súbitamente y nada más; alrededor los mismos objetos inanimados de siempre que circundaban la estancia y escrutaban ansiosamente su ser. Una movida de reina y la cama quedaba atrás, el espejo se antojaba de ver la misma imagen de siempre y reflejarla con todos los retoques propios de la convivencia. HabÃan pasado tan solo once años desde que llego a esa vieja quinta ,inconfundible por ese olor profundo, ese aroma a cenizas. Su llegada no fue nada casual, todo pareció prefigurado de antemano por los azarosos efluvios del destino; su padre murió de una forma misteriosa cuando ella era apenas una niña y su madre al no poder soportar el golpe se ahogo en su cobardÃa abandonándolo todo, relegando asà su vida y abrazando fuertemente al vicio. Luego su vida se torno en un ir y venir entre orfanatos y demás instituciones caritativas; y se convirtió en una simple inquilina muchas veces del desdén, otras del orden. Hasta que la noticia de una herencia cambio torrencialmente su errático rumbo, una tÃa abuela lejana le habÃa dejado una pequeña casa ubicada en una quinta al sudoeste de la ciudad; ella para poder subsistir dio en arriendo la casa y se quedo en el pequeño cuarto de la azotea, la vida allà se habÃa vuelto tan monótona al punto de no saber a ciencia cierta quien era el huésped. Vio sus ojos azules reflejados al espejo, ese mar inmenso e inconmensurable de ilusiones y de viajes tardÃos, tan solo memorables en su propia mente; era el color y no la forma el cual reflejaba todas las esperanzas que alguna vez trazo, ese tiempo lejano e indisoluble con el cual ella siempre soñó. Dos sutiles lÃneas se dibujaban en su rostro, eran solo las huellas del tiempo que avanza apresurado a nuestro lado y que en este caso no habÃan hecho nada mas que afianzar su personalidad; las mañanas no siempre son las mismas, ¿acaso las sombras son iguales al espÃritu? En el curioso dÃa de un verano mas, ella lo conoció, nunca supimos su nombre, pero intuimos que ella lo espero. Toda su vida y todas sus expectativas cambiaron con este foráneo, agente extranjero de su pasión. La perspectiva hacia nosotros se torno tierna y dulce; la resolución de cómo llevar una vida digna se implanto, hecho raÃces y finalmente dio frutos; la muerte y el pasado eran ya solo vanos espejismos; el espejo reflejaba ahora un rostro diáfano y rubicundo. A los pocos dÃas decidió habitar la casa, dejar la azotea para ocupar el sitio que merecÃa. El y ella se instalaron en las habitaciones de la ahora nueva estancia, el espejo se encontraba ubicado en una esquina reflejando la amplitud diagonal del nuevo recinto; las cenizas olÃan ya a incienso. Todas las mañanas ambos se miraban al espejo y reÃan, a veces fingÃan actuar frente a el adoptando nuevas personalidades, jugaban a ser hermanos, padre e hija, madre e hijo; compartÃan este aspecto lúdico de una manera muy casual. El tiempo fue pasando y ellos decidieron prolongar su juego instaurando nuevos personajes, a veces se escenificaba un encuentro romántico, donde una pareja que habÃa estado separada mucho tiempo se reencontraba y daba rienda suelta al gozo del amor; otras veces se simulaba a un verdugo y a su vÃctima suplicando clemencia, el verdugo derramaba una lagrima conmovido pero no habÃa nada que hacer, el solo cumplÃa ordenes y cercenaba implacable, pese a que se gestaban otros sentimientos en su corazón. Una tarde se percataron de que todas las combinaciones de roles posibles ya se habÃan dado entre ellos; habÃan sido amantes, asesinos, niños, ladrones, santos, ingenuos; asà que solo cabia una posibilidad mas, ser ahora ellos mismos, se recostaron tranquilamente y con esta esperanza promisoria durmieron plácidamente esperando la mañana. Ella al despertar muy temprano noto que el ya no estaba, lo busco desesperadamente pero no pudo encontrarlo, el espejo estaba roto. |
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