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Sigo a tientas algo que se mueve.
Serpentea cuando las sombras abren sus fauces…
Voy tras de una estela que no veo pero que palpa mi alma en vela.
Cae la noche. Mi noche…
No avisto un solo ser en el sendero.
Una boca famélica estira su lengua seca.
No veo ni me ven.
Presiento a muchos retorciéndose sensuales.
No oigo la música que me subyuga.
Hay lamentos y jadeos.
Adivino una masa de cuerpos que se juntan en frenético hamaqueo.
Mi olfato conoce el calor de esos cuerpos. Me aniquilan los recuerdos.
Todos pelean la entrada al bazar.
Exhiben para seducir sus mejores atuendos.
Se diluyen y no lo saben, se consumen sin saberse desaparecidos.
Comprendo su sentir. Me duele su sentir. Respiro su sentir. Conozco su vivir. Ese atajo lo hube ya pisado.
Ahora que mi vestido se ha deshecho quedo afuera del encuentro.
Así desnuda nadie me reconoce. Mi piel habla con palabras transparentes que chocan en el muro.
Un fuego se inicia en algún lugar. No logro ubicarlo si está dentro o fuera de mí.
Empiezan a caer unas gotitas saladas que ruedan hacia mi boca. Mi pecho estremecido y desgarrado se abre ardiente para esperar esa agua que nunca ha de llegar.

No llegó.

El corazón que lo habita sediento se quedó y mi ser siguió el sendero, siguió, siguió y siguió… empujado por el viento.

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