Delicioso silencio dormido
que en manos austeras se extravía
en el celestial rocío encendido
de un laúd Valenciano.

Sangrante en el fiel abrazo
la pálida rima vence,
se inunda en las noches de pena
en una visión que lastima.

No alcanza el aliento del mundo
que atrape el lienzo perdido
de los aromáticos lirios
bañados en lid
sarracena.

Escapa por frondas soñadas
en pendular movimiento
atrapado en el éxtasis rítmico
de la melodía
primera.

¡Invoca a espíritus fatuos!
Que el fracturado delirio conoce,
y entre sus labios bebe
la oquedad
de la rima cansada.

¡Increpa a la razón, que no se distiende del alma!
Dios e Infierno se miran en la fragosa distancia enclavada:
Muere la eternidad aislada en la estación de la sierpe
sin alcanzar ha olvidar la gloria del azul desierto,
que sostiene en el candil al rebaño
de sutil fuego dorado.

¡Ahora que pertenezco a la multitud de aromas perpetuos,
fabrico en la aurora plateada
la densa canción de cuna
que al ritmo del viento llevada
sostiene al bajel encantado!

Y en el libro de censos, la cruz
apartada en el laberinto se pierde,
y con las edades del nuevo camino
desaparece en el silencio dormido
de un viejo fanal perecido.