¡Canta el gallo!...
Y la esfera presiente en los orígenes
batiendo las alas a la fragilidad que acaricia
el aliento nocturno,
que de la luna colgado en su ágil recorrido
se encuentra Venus insinuada al mar despierto,
numen entre las aguas que inspira
la evolución tubular ascendente.

El cristal refleja la predilección por el vino añejo
que servido tinto y frío,
se convulsiona histriónicamente en la copa
y se mimetiza en la mente, en distintas variaciones orgánicas,
trasciende a través del momento hacia el oscuro cortinaje,
que impide a los matices chillones manifestarse en la sinuosidad vaporosa
de la sepulcral estancia.

Vierte en la soledad mil ideas que se trastocan vanamente
y en el delirio famélico, el dragón se contiene
en la áspera sacudida que al cuerpo estremece
para mutilar el deseo de expandir el calor
a los alientos celestes.

Al salir a la penumbra agotado por los pasos,
el resplandor que muere tiñe el ocio para concebir el mundanal destino:
Camino fácil al concierto de profecías ufanas,
que advierten la gloria de la pudibundez absorta
y hasta el mas vil animal recalca
que no solo los perros mean
y es instaurado el esquema de lo absoluto
luego de proferir en cadencias el manantial servido,
que es chorro de placer marchito.

El esquema de la vil armonía se trunca en deseos proféticos,
en donde abundan castigos, desgracias y penas;
necedad para el conocedor
amplia estructura para el vil clero.