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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-09-25 | [This text should be read in espanol] |
LA PUERTA DE SALIDA
Caminás cargando tu mochila por la banquina de la ruta. El sol cae en un cielo añil donde los bosques de eucaliptos parecen barcazas detenidas entre las nubes. Pisás los yuyos, pateás algún tacurú, hurgás un nido de tero abandonado. TodavÃa no es la hora de hacer dedo. Tenés cábalas, una de ellas, es comenzar recién a las siete en punto. A esa hora, ya se ven luciérnagas encendiéndose y apagándose como luces de arbolitos de navidad. Te gusta la vida de mochilero. Te sentÃs libre, pero bastante solo al mismo tiempo; aunque una cosa sea consecuencia de la otra. Estás solo porque querés reencontrarte con vos, ser soberano de vos mismo. Pero reconocés que a la vez, estás preocupado por tu situación actual, demasiado des-ocupado, desligado, sin ataduras, para tu gusto. Tenés la sensación de estar en un laberinto que te ahoga, construido con piedras moras, filosas, con sus junturas muy unidas. Pero nadie –ni Borges- puede salir del laberinto Y vos, no sos Teseo. Sabés bien que te sentÃs asà por lo ocurrido con Clara, esa mujer extraña, hermosa, silenciosa. Estabas muy enamorado de ella y ella de vos, aparentemente. A primera vista, Clara parecÃa una burguesa al mejor postor pero tenÃa neuronas en la cabeza, además de su personalidad particular, su mirada melancólica, sus ademanes, toda ella. Sin embargo, como buen atolondrado, lo arruinaste todo. Y sÃ, además de chambón sos medio despistado. No Pablo… ni intentes justificarte con eso de que solo tenés veinte años inexpertos sumados al correspondiente ardor, urgencia varonil de hundirte en la piel de esa mujer trece años mayor. La macana fue exigirle que te visitara en tu pensión (te habÃa dicho que ir a moteles de la zona norte, era peligroso) un par de horas por dÃa, por la tarde, o la dejarÃas. Ella parecÃa tener el mando, te guiaba pero en realidad vos, -silenciosamente- la dominabas. Ahora, ya que te creés tan inteligente: ¿cómo no te diste cuenta que la dueña de la pensión no captarÃa que Clara no era tu tÃa, sino tu amante? Apenas los vio, se dio cuenta que eran una pareja con problemas. Escuchaste cuando le dijo a su hija soltera, que ustedes se miraban como náufragos. Eran chusmas, estaban siempre pendiente de ustedes. Y vos, invariablemente, eras tan maleducado, apenas contestabas sus saludos. Si la hija querÃa llevarte el desayuno, le decÃas que te deje tranquilo. Ella te miraba tristemente con sus ojos vacunos, su cara alargada, su pelo duro amarronado. Tal vez si hubieras sido amable con las dos, no hubiera pasado lo que pasó. ¿Qué te costaba tomar algún mate con la vieja? Aceptar un vaso de leche por la mañana, probar un buñuelo, escuchar música un rato con la hija… de haber hecho eso, no le hubieran agarrado odio a tu sombra. Porque no me vas a negar que eras solo eso en la pensión: un espectro silencioso, esperando la llegada de tu tÃa, –Clara- que supuestamente, te ayudaba a estudiar. Recordás con impotencia ese dÃa,- hace un mes- en que la vieja, a la vuelta de sus compras del almacén, te mostró triunfante una hoja de papel de diario arrugado con el que envolvieron sus avaras compras. HabÃa una foto en colores de Clara con su familia, o sea, con su rechoncho marido y sus tres hijos pálidos. Estaba su nombre y apellido con historia, su cara muy triste. Pero pensaste “mala suerte, algún dÃa se tenia que saber†y creÃste que allà terminaba todo. Ni se te cruzó por la cabeza que la hija soltera, envidiosa de los gemidos crepusculares de Clara, de su aullido de loba en celo, llamarÃa al marido por teléfono, le contarÃa la situación. Y menos aún, que Clara, con cara de pánico, te harÃa empacar rápido te darÃa un sobre con unos pesos y te dejarÃa -sin un beso de despedida siquiera- en el borde de la acera, para alejarse rápidamente en su BMW plateado sin mirar atrás. Bueno, no lagrimees babieca, eso te pasa por jugar al latin lover. Aunque eso, después de todo no está mal, lo peor es sentir el machismo mancillado. Porque lo de la plata al final fue una especie de pago por servicios prestados. ¿Y ahora qué vas a hacer, “rechiflao†de tristeza?¿Hacerte un cura, un estilita, un monje franciscano? Porque algún dÃa deberás dejar de caminar y retomar tu vida, tus estudios, visitar a tu familia, que te supone de viaje por el exterior. Lo mejor será tomarte todo en solfa; si vivir es una burla; uno nunca sabe lo que puede pasar en el momento siguiente. Y nada de enredarse con mujeres, sobre todo porque te atraen las grandes, en general sinónimo de problemas, trampa, tristeza, un verdadero tango, y las chiquillas son idiotas, melindrosas, no tienen ni tema de conversación, siquiera. Asà que si te topás con alguien que te interese, te hacés el distraÃdo, huir a tiempo no es cobardÃa. No te queda otra que buscar la forma de pasar mejor el tiempo, nada más. ¡Si señor! Nada de andarse enamorando. Mejor ir a boliches como “Bunker†donde infaliblemente conseguÃs algo para el fin de semana, nada de compromiso, ni visitas a casas paternas, eso es una antigüedad, un bajón. O mejor todavÃa: prostitutas. Ellas son macanudas y no dejan que te metejonées, apenas captan que te estás enamorando, te mandan a paseo. Más aliviado luego de tus reflexiones mirás tu reloj, son las siete, hora de comenzar a hacer autostop. Te parás al borde del asfalto y cuando adivinás un resplandor a lo lejos, levantás la mano en puño cerrado, menos el pulgar mirando el cenit. Pero decidÃs -por cábala- subir al auto número trece. Pasan algunos coches, a partir del décimo comenzás a hacer señas, los ojos luminosos se acercan pero pasan de largo, dejándote la sensación de un viento caliente en la cara. Viene el que deberÃa parar. Tiene que parar, te duelen los pies, estás sediento, cansado… —¡SubÃ! No ves bien al conductor, pero es un chico más o menos de tu edad que te sonrÃe. Una vez en el vehÃculo, te das cuenta que es una chica de pelo muy corto, una especie de punk girl bonaerense, que no te da mucha bolilla. La mirás de reojo, te parece extraña, desprejuiciada, afable, y sobre todo, muy linda. Te sentÃs algo avergonzado, estás barbudo, tenés los jeans y zapatillas mugrientas. Siguen un tramo en silencio, sobre el tablero de la camioneta, hay un libro pequeño, lo tomas y abrÃs al azar, leés : Vendrás a mà con tu voz apenas coloreada por un acento que me hará evocar una puerta abierta… Pensás : “la puerta de salida del laberinto†… —¿Te gusta Alejandra Pizarnik? —No conozco bien su obra. —¿Qué leés? — Grass, Umbral, Gudiño Kieffer, Sábato. —Por fin encuentro a alguien que no dice Borges o Cortázar. —También los leo, pero menos. —¿A qué te dedicás? —Hago auto stop. —Eso no es una actividad… —Me dedico a secuestros express o violo chicas en los parques. —DecÃs eso para fastidiarme. —¿Sos de la SIDE? —No. Estudio psicologÃa. —Mirá, no tengo ganas de hablar. —¿Adónde vas? —A cualquier parte, dejame donde puedas. —Tenés cara de cansado, ¿querés comer algo en casa, darte un baño? —Pero… tus padres ¿no se molestarán? —Claro que no… son gente abierta. —La verdad, no estarÃa nada mal –decÃs, tentado por la idea del baño, la comida ¿la chica?- —Sobre todo una ducha –dice ella, riéndose- dale vamos… asà no me aburro. —Bueno, pero solo para bañarme y comer algo. —¡Claro! Quedan tres kilómetros… ¿Cómo te llamás? —Pablo ¿y vos? —Ariadna. GP.© |
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