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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2008-01-14 | [This text should be read in espanol] |
El arte de la fuga
…era irresistible la marcha de mis dedos sobre el órgano. En el cielo rasgado, colosales seres parecidos a traslúcidas morsas acéfalas arrojaban mirÃadas de huevos luminosos. Por entre sus fragmentos emergÃan esbeltos hombres de luz, uno de los cuales ya devoraba al viejo sabio Leibniz hasta la cintura. -¡Te lo dije!- me musitó entre risas y llanto poco antes de desaparecer en aquellas entrañas fulgurantes. (Luego serÃa expelido humillantemente, en la forma de uno de aquellos huevos radiantes. Una de las bestias descendió entonces lo suficiente para absorberla con su miembro gigantesco.) Los huevos caÃdos, innumerables, se abrÃan. Un hombre de luz se me acercaba. Pronto conocerÃa por fin, los órdenes recónditos del ser profundo, y todo gracias a esta exploración heredada de los alcances matemáticos de la composición, llevada más allá todo lÃmite. Entonces mi joven esposa abandonó su aterrada inmovilidad y me arrebató la última hoja de las partituras. ¡No! Cesé de tocar por el afán de recuperarla, pero ya ardÃa en el fuego de la chimenea. Ante el súbito silencio, las bestias volantes chocaron entre sà sus moles gelatinosas, para luego desplomarse lentamente hacia ningún lado. Los hombres de luz se doblaron en mudos alaridos de resplandor que inundaron el recinto entero. CaÃmos. Pronto todo fue devorado por las sombras. Habiendo dictado esto ahora, habiendo descargado tal peso de la conciencia, acepto ofrecer al mundo las ahora inofensivas partituras incompletas, de la última obra de Johann Sebastián Bach, pero en el alma me llevo el secreto de los motivos de mi ceguera y de la enigmática desaparición de mi padre. Y por supuesto, el doloroso secreto del inexpresable arte de la fuga. (Fragmento del diario extraviado de C. P. E. Bach) *** Sin tÃtulo 2 Nunca supo a ciencia cierta cuando dejó de pertenecerle. Un dÃa simplemente ella soltó las cadenas que lo sujetaban, le quitó el bozal, los arneses con púas, las tenazas minúsculas de los testÃculos, y lo dejó ir hacia el centro del laberinto. Durante su exilio forzoso por entre aquellos corredores iluminados tenuemente con luz púrpura, miró a las demás parejas entrelazadas en sus cotidianos ejercicios de sublime deleite. Alambres, picas, tijeras, bombas y látigos. Y sin embargó lo consoló el saber que aún sin ella, sin su contacto, en el corazón del dédalo lo esperaba quien podrÃa sublimar su dolor hasta la curación absoluta. Pero luego de mucho andar, súbitamente los entreverados pasillos vacÃos lo condujeron al extraño cielo, la luna fragmentada, y a las montañas. Y sólo entonces, se extravió por completo. *** Dulcinea El ingenioso hidalgo emergió desnudo y sangrante de entre la umbrÃa floresta. SonrÃe: por fin habÃa derrotado al enemigo que tanto sufrió. En algún lugar Sancho permanece soñando su propio funeral. Rocinante asoma por su cabeza por la ventana, con los ojos en blanco y nos mira. Sólo. Copyright © Jesús Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados.
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